Dos mujeres en un campo con un perro y una broma de caca falsa. Historia real de pérdida, humor y esperanza en Alhaurín el Grande.

Capítulo 10: Sue La Caca (Una Historia Real)

Capítulo 10: Sue La Caca (Una Historia Real)

La Trocha, una bata y la cama sin hacer

7:00am, suena mi teléfono. Es la señora que no es criadora de chihuahuas. Contesté: “Christine, estoy en mi invernadero y veo a un perrito negro con otro perro,” dijo. “Voy para allá,” respondí. Madre mía, llegué rapidísimo. Nada… Así que toqué la campana de cuerda, ella apareció y amablemente me invitó a pasar y me llevó a su invernadero. Señaló hacia donde había visto al perrito negro, luego entró su pareja y dijo: “No, no es George, era un mastín.” Básicamente, un mastín es del tamaño de un burro pequeño. Me sentí fatal al ver cómo estas personas jugaban con mis esperanzas, especialmente porque sabían perfectamente cómo era George y tenían un perro que se le parecía muchísimo. Me fui, y justo al salir, volvió a sonar mi teléfono: “Perro negro visto en el restaurante El Plato (esto está frente a Sierra Gorda),” así que fui para allá. Sí, era el perro de La Trocha.

Mierda, tengo que recoger a Sue del aeropuerto en unas horas; aterriza a las 10am, no tengo comida, la casa está hecha un desastre y ni siquiera le he hecho la cama. Mierda, no he dormido desde el sábado por la noche, mierda, mierda, mierda. Ah genial, y para colmo, me ha venido la regla.

Tenía tanto que hacer, pero lo único en lo que podía pensar era en los trozos de mi bata esparcidos por el campo. Así que obviamente tuve que ir a revisar. Sentirse derrotada era algo a lo que nunca me acostumbré, aunque sí me volví más fuerte y ya no lloraba tan fácilmente. Al volver, le hice la cama a Sue, estaba tan entumecida que lo hice de forma automática, sin emoción. Afortunadamente, como Sue es amiga mía desde hace muchísimos años, no tenía que preocuparme por el estado de la casa. Sue me había escrito diciendo que ya estaba en el aeropuerto y que cogería un taxi hasta mi casa. Sabía que estaba muy preocupada por mí, y a mí me dolía saber que Sue estaba a punto de enfrentarse a unos días muy duros. Verás, no puedes consolar a alguien que vive en la incertidumbre; lo único que puedes hacer es estar ahí.

Lasaña, culpa y nadie va a la cama

Leer el mensaje de Sue diciendo que cogería un taxi fue un alivio, porque la idea de ir al aeropuerto de Málaga y que justo me llamaran con un avistamiento de George me daba pánico. Sin embargo, para este momento ya estaba mejorando en delegar. Inmediatamente escribí a Claudia: “Voy al aeropuerto a recoger a Sue, así que por favor estate pendiente por si hay alguna llamada sobre George.”

También logré ducharme e imprimir los pedidos del día para el trabajo. Hice lo de siempre: respondí a todos los mensajes que me habían llegado, dando las gracias, e incluso publiqué otro cartel en Facebook para que la gente lo compartiera y siguiera ayudando. Saber que Sue venía a ayudarme me dio el impulso que necesitaba, y me fui al aeropuerto a recogerla.

Un encuentro normal con Sue habría sido: “¡HOLA GUAPA, QUÉ TAL?” Luego charlaríamos sin parar en el coche… pero esta vez no. Nuestras miradas se cruzaron, se nos llenaron los ojos de lágrimas, y hubo silencio hasta que estuvimos en la autovía. Fue entonces cuando Sue dijo: “Tía, ¿cuál es el plan?”

“Primero, pasamos por mi almacén a preparar los pedidos, tengo las etiquetas en el coche. Luego vamos a la tienda de la urbanización a comprar comida para un picnic y pasamos el día buscando a George por el campo. Perdona, Sue, no hay comida en casa y básicamente no he fregado los platos en días. Pero te hice la cama.” 💩

La caca, el picnic y la regla

Mientras comprábamos la comida para el picnic, Sue dijo que obviamente necesitábamos ginebra. Obviamente estuve de acuerdo porque ella iba a pagar y no quería ofenderla, jeje. Volvimos a casa para preparar el picnic y, por suerte, TNT me escribió justo cuando ya casi estábamos listas, así que salí a recibir el paquete, y ya eran como las 11am. Estábamos a punto de salir con todos los perros, sí, con todos. Debo admitir que estaba un poco nerviosa porque íbamos a pie, y Jeremy no lleva bien lo del collar. Obviamente, con tantos perros no puedes llevarlos a todos con correa, bueno, supongo que podrías si no te importa acabar atada como un nudo.

Salimos con dos correas extensibles porque insistí en que Kev y Steve fueran atados, ya que los campos estaban en plena floración, con hierba más alta que Kev y Steve. Decidimos caminar por todos los campos, entrando donde nos diera la gana, y cada media hora haríamos una parada para comer algo y sentarnos, con la esperanza de que si George estaba asustado o herido, Peter o Jeremy lo encontraran. También sabía que era misión de Sue lograr que comiera algo. Así que ahí estábamos, sentadas en un campo, Sue sacando unos bocadillos de jamón y queso cuando vi a Jeremy. “Dámelo,” dije. Jeremy tenía algo en la boca. “Vamos, Jeremy, dáselo a mamá,” dije, y lo hizo. Me dio un trozo de mierda de perro, sí, una caca. Ahí estaba yo, con una caca en la mano justo antes de intentar comer algo por primera vez en días. “Sue, ¿tenemos desinfectante y toallitas en la mochila?” pregunté. “No, pero hay varias latas de cerveza,” respondió Sue.

Créelo o no, con el ánimo de Sue y manteniendo mi brazo derecho detrás de la espalda, logré comerme medio bocadillo de jamón y queso.

Luego fuimos al siguiente campo y decidimos quedarnos cerca de la casa de la señora que había tomado la foto de George y también cerca de la casa de los supuestos no-criadores de chihuahuas. Fue una tarde muy larga y agotadora, además del tema de hacer pis en el campo teniendo la regla, que supongo que era mejor que lo que me dijo aquella señora sobre mear en una botella y dejar un rastro 💩. Empezaba a hacer frío, y veía que Sue estaba agotada. Me sentí fatal al verla luchar solo para volver a casa, no habíamos logrado nada salvo perder la correa extensible de Steve (que no era barata).

Rota, alimentada y sin irse a la cama

Al llegar a casa, di de comer a los perros y fue una sensación agradable porque sabía que podía encender la chimenea con Sue allí. Verás, las otras noches no la encendía porque es una chimenea abierta y si recibía una llamada sobre George, tenía que salir corriendo. Fue una sensación preciosa estar calentita, y luego miré a Sue y simplemente me rompí; me vine abajo y lloré con todo el alma.

Ping ping, suena un WhatsApp de Claudia; inmediatamente miro el mensaje: “¿Estás en casa?” “Sí,” respondí. “Voy para allá,” dijo. Claudia tiene llave de mi casa, así que no hacía falta que la esperara, y entró directamente. La cara de Sue se iluminó cuando Claudia encendió el horno. Dijo: “Estará listo para comer en 20 minutos.” “Oh,” fue lo único que dije. Luego: “Ay Dios, Sue, lo siento tanto,” le dije. Se me había olvidado la cena. Estaba tan agradecida con Claudia. Claudia es como una hermana para mí, una hermana mayor… bueno, tiene un año más que yo. Vale, como ella dirá, tiene 10 meses más que yo.

Claudia preguntó si necesitábamos algo más, y luego se fue. Sue estaba tan emocionada que nos sirvió una copa de ginebra a cada una. ¿Puedes creer que nos bebimos la botella entera en menos de 30 minutos? Sue sirvió la lasaña que había hecho Claudia. Sue se la comió encantada; yo logré comer dos bocados, lo cual ya era un logro. Estaba calentita. Tenía a Sue conmigo, a todos mis bebés, y aun así me sentía perdida, rota. Es difícil explicar la sensación de vacío que sientes aunque estés rodeada de tanto amor y apoyo. Por mucho que intentes decirte a ti misma lo afortunada que eres, sigues sintiéndote sola.

Sue fregó todos los platos, y por fin me solucionó lo del chocolate caliente. Nos miramos, y Sue lo supo, y yo lo supe: ella se iba a la cama, y no importaba lo que dijera nadie en este mundo; Sue sabía que yo no iba a ir a la cama.

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